La
Ruta de l'Anarquisme
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de Marcelo Expósito
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Un
recorrido táctico: La Ruta del Anarquismo en Barcelona,
Marcelo Expósito
Hace unos años, el festival de cine documental de Amsterdam,
conocido por su vocación crítica y su afán
de recuperación de momentos históricos del documental
militante, ofrecía a sus visitantes la posibilidad de seguir
una ruta que mostrase las trazas invisibles dejadas en la ciudad
por la biografía temprana de Joris Ivens, uno de los padres
del documentalismo político bajo cuya advocación el
festival se manifiesta. Entre el fetichismo biográfico y
la voluntad de mantener vivos los lugares donde se gestó
o se hizo posible el comienzo de una cierta utopía, el efecto
de esta ruta era fuertemente contradictorio y extremadamente sugerente,
en la medida en que ilustraba un desplazamiento francamente chocante
de los principios clásicos de una práctica estética
de vocación popular estrechamente relacionada con las utopías
políticas revolucionarias que han marcado el pasado siglo,
hacia ese sucedáneo de experiencia que invita a visitar lugares
supuestamente relevantes, como son las rutas turísticas.
En el proyecto Tourisms of War (Turismos de Guerra), la
pareja de arquitectos/artistas Diller+Scofidio mostraban, no sin
sarcasmo, una retórica compartida por los tours contemporáneos
y la invitación al alistamiento necesaria para la implantación
de los ejércitos en la era moderna: esa retórica es
la de la aventura, una retórica que explota los deseos de
escapar de una vida programada y rutinaria, la vida dominada por
el trabajo y la privacidad estable, para adentrarse en un territorio
desconocido de aventura y utopía… no menos programadas,
estables y controladas. Un manual de la industria turística
estadounidense, por lo demás, puede incluir instrucciones
a sus clientes sobre cómo actuar y protegerse en caso de
verse envuelto en un atentado o un conflicto armado durante la visita
a uno de esos países extraños e inestables que están
más allá de las fronteras de nuestro reposado país,
además de ofrecer indicaciones precisas sobre cómo
construir un kit de viaje en todo similar al equipaje ligero y versátil
de un soldado de infantería; por su parte, la propaganda
que invita desde hace meses a los mozos españoles a enrolarse
en el flamante (y esmirriado) ejército profesional nacional,
enfatiza sin rubor la posibilidad de una vida de aventura y la visita
a lugares que siempre suenan apetecibles, por lejanos y exóticos:
Yugoslavia, Centroamérica, Afganistán, Akinostán...
Lo que Tourisms of War resaltaba con sutil ironía
es algo que hemos mencionado a propósito de la modesta ruta
biográfica en Amsterdam: los lugares que el turista visita,
son en muchos casos escenarios absolutamente banales, insignificantes
en ocasiones. Imagínese el lector su posible emoción
en una playa desolada, ante un mojón que indica: aquí
tuvo lugar tal o cual desembarco aliado; o ante una placa gris que
afirma: el heroico soldado fulano cometió aquí mismo
tal acto de generosidad por su patria.
Lo que sugieren, por tanto, Diller+Scofidio, son fundamentalmente
dos aspectos que ahora nos interesan. En primer lugar, la manera
en que la industria turística explota, en el mundo del consumo,
las aspiraciones de aventura y de experiencia, sustituyendo con
un sucedáneo lo que históricamente ha sido el vehículo
fundamental de ambas: el viaje; y la manera en que ese viaje programado
puede ser interpretado como un nuevo instrumento de penetración,
colonización, dominio cultural sobre las cosas y el mundo.
Pero también sugieren, lo que es más interesante si
cabe, la forma en que la industria del turismo, con su particular
retórica, muestra una cualidad cuasi documental (‘aquí
sucedió tal cosa’, ‘este escenario es digno de
ver’, ‘tal monumento, usted no se lo puede perder’,
etc.), lo que en realidad es una construcción cultural y
mediática: un lugar insignificante adquiere relevancia porque
alguien decide señalarlo, por motivos concretos.
Lo que se muestra así como datos (históricos, políticos,
geográficos, etc.), es en realidad un efecto: el resultado
de una serie de retóricas, de elecciones, de jerarquizaciones
y discriminaciones (tal lugar o acontecimiento es relevante o no
lo es; o mejor dicho: es instrumentalizable o no lo es para tales
o cuales fines). Por medios algo diferentes, el artista Ulises Carrión
llamó la atención sobre el ‘efecto de realidad’
de dichas retóricas, cuando programó, para la ciudad
de Arnhem en los Países Bajos, una ruta turística
que documentaba, con total fidelidad, las trazas invisibles de la
historia de amor de una suerte de Romeo y Julieta locales, reconocibles
asimismo en escenarios banales.
El proyecto sobre La Ruta del Anarquismo, que este dossier
documenta, parece compartir algunas de las reflexiones hasta aquí
muy brevemente esbozadas. El objetivo es, en apariencia, bien sencillo:
se trata de organizar una ruta por algunos de los lugares señeros
del periodo clásico del movimiento libertario, en la ciudad
de Barcelona.
La sencillez de la propuesta esconde algunas preguntas sobre lo
que podría parecer más pertinente a la hora de acometer
un proyecto de revisión histórica tal por parte de
un grupo de artistas. Una pregunta se referiría al formato
elegido: ¿por qué no un documental, una serie de programas,
una publicación, exposición o algún tipo de
intervención más, digamos, visible, sobre el espacio
público? Otra cuestión nos remitiría a la circunscripción
temporal de sus contenidos: ¿por qué limitar un determinado
periodo histórico, en lugar de referirse a acontecimentos
contemporáneos; por qué evitar, en apariencia, ligazones
con el presente? Estas dos preguntas esbozadas dirijen la atención,
a mi modo de ver, hacia lo que son algunos nervios fundamentales
de la propuesta.
Se hace obligado hablar, por tanto, de su carácter radicalmente
táctico. Conocemos ya de sobra la manera en que el capitalismo
avanzado asimila retóricas clásicas de la cultura
para crear sucedáneos banalizados, y la forma en que la cultura
es hoy uno de los espacios privilegiados de la explotación
y el consumo. ¿Puede haber algo más inteligente que
retomar dichas retóricas digeridas por el consumo, e intentar,
sutilmente, revertirlas? ¿Puede haber una táctica
más pertinente en Barcelona, la quintaesencia del turismo
cultural, la ciudad-museo por antonomasia? Un Año Fulano
puede suceder a un Año Mengano, una Quintienal de arte hace
presagiar un Superfórum que a su vez antecede a la enésima
Megaexposiciónuniversal de no importa qué: la cultura
de la ciudad, su historia, será siempre materia prima indispensable
para que las retóricas institucionales, a su manera, vinculen
el pasado con el futuro, la especificidad orgullosa de lo local
con el avecesalgoprovinciano recurso a la universalidad (una universalidad
hoy inevitablemente marcada por los procesos de globalización
capitalista y la integración en las redes de producción
económica planetaria: una dinámica en la que el tipo
de desplazamiento del que el turismo es característico, juega
un papel fundamental). En cualquiera de los casos, lo que suele
caracterizar la política discursiva de las instituciones
es la simplificación de lo complejo, el optimismo bobalicón,
las grandes afirmaciones huecas, los grandes gestos sin base.
¿Es posible reapropiarse de tales retóricas, ejemplificadas
en la imagen sencilla, directa, concreta, de una ruta turística,
para impugnar la cultura y la historia, devolviéndoles su
complejidad? ¿Para volver a hacer sutilmente legible, pero
no explotable por las retóricas al uso, lo que, a pesar de
todo, sigue siendo inaceptable para el orden presente? La ruta
el anarquismo no puede ser comprendida sin tener en cuenta
que los recorridos sutiles que busca trazar se superponen, atraviesan,
interfieren, con los ampulosos recorridos preestablecidos en la
Barcelona-museo.
Sin embargo, esta nueva ruta no se compone de grandes gestos; no
jerarquiza entre datos históricos que cualquiera aceptaría
como ‘relevantes’ (grandes batallas, monumentos a personalidades
insignes), e indicios, trazas inciertas, pequeñas historias
o aparentes anécdotas; no visita sino lugares por los que
cualquiera transitaría cualquier día, sin poder leer
nada especialmente reseñable en ellos (para proceder de forma
similar a como el colectivo Ne Pas Plier organiza unos Chemins
de randonnée urbaine que inducen a los niños
y niñas a tener una nueva experiencia de su barrio, su espacio
de vida, uno de los ‘suburbios rojos’ de la ciudad de
París). El primer centro obrero de Barcelona, establecido
en 1865, se da la mano con el lugar donde fuera fusilado el President
Companys, y nos recuerda que Jaime Fortuny, quien realizaba el servicio
militar en el Castillo de Montjuich, fue detenido y condenado a
¡30 años! de cárcel por pasar al President,
metido en un chusco, un papelito de ánimo a la espera de
ser fusilado: ‘Catalunya és amb vostè’.
Lo que el movimiento libertario clásico tuvo de impugnación
radical de un orden que aún es, en gran medida, el nuestro,
no puede ser sencillamente condenado hoy ni considerado quimérico,
o un fracaso histórico. No es sólo que algunas de
sus aspiraciones más básicas de mejora de la vida
de las gentes forman parte (esperemos que) ya irrenunciable de nuestra
forma de estar en sociedad: sino que, también, hizo estallar,
de forma luminosa, momentos de intensa libertad, haciendo ver que
otro mundo era, de hecho, por la fuerza de los hechos, posible.
Esa luminosidad, brilla hoy también en muchos de los movimientos
sociales que, más allá de las retóricas institucionales,
pugnan por construir una vida nueva, en tiempo presente, sin dilaciones.
Las historias heroicas de luchas y confrontación en la calle,
van de la mano, en la tradición libertaria, de las pequeñas
historias invisibles, de los mimbres modestos con que se construye
una libertad que pulveriza las jerarquías, las exclusiones,
las divisiones, en la cotidianeidad. El Hotel Ritz puede ser un
comedor popular. Una cárcel de mujeres puede ser derruida
por las manos aparentemente frágiles de dos de esas mujeres
decididas, haciendo del antiguo patio penitenciario una plaza. El
proyecto La Ruta del Anarquismo trata de explorar, de una
forma más modesta, consciente del poder limitado de los gestos
estéticos hoy, sabedora asimismo de cuán problemáticos
son los grandes gestos y declamaciones, si es posible ejercer, sobre
el tipo de retóricas que ejemplifica una ruta turística,
algún tipo de subversiones calladas, introducir matizaciones,
hacer legible lo que sigue siendo cultural e históricamente
sofocado.
Y se trata de hacerlo de forma, ya lo hemos dicho, casi invisible,
escurridiza. La circunscripción de esta ruta al ‘pasado’,
sobre la que antes preguntábamos, parece oportuna en términos
prácticos, a la hora de mimetizar, vampirizar literalmente,
tácticamente, una ruta turística al uso por lugares
históricos de una ciudad. Pero también parece pertinente
porque no se trata de convertir el presente de una ciudad, como
suele hacerse, en un parque temático, sino que, por el contrario,
más que de programar y controlar, se trata de sugerir, de
ofrecer la posibilidad de encuentros azarosos que revivan momentos,
entre historias verdaderas y aquellas otras que, de puro alucinante,
parezcan inventadas. Parece hoy mentira que una ciudad entera pudiera
ser liberada y llevada adelante por el gobierno de unas gentes sin
gobierno. Casi tanto como que en el Parque Güell, un día,
hubiera una reunión multitudinaria que no fue de japoneses,
según explicaría un tour operator que emula las derivas
situacionistas, haciendo entender, de paso, tranquilamente, pero
de forma decidida, que el presente es siempre complejo en cada lugar
concreto.
Barcelona, 11 de febrero de 2002 |